Cada año, el “mejor alfajor del país” se vuelve tema de conversación. Rankings virales, campeonatos oficiales y opiniones de “sommeliers de alfajores” inundan redes y medios. Pero ante tanta información (y tanta pasión), surge una pregunta inevitable: ¿quién decide cuál es realmente el mejor alfajor?
En eventos como el Campeonato Mundial del Alfajor, un jurado técnico evalúa características como textura, aroma, proporción, cobertura, innovación, etc. El análisis es riguroso y se basa en protocolos sensoriales. Es una evaluación profesional. Sin embargo, eso no siempre coincide con lo que prefiere el consumidor promedio.
La realidad es que, para la mayoría de las personas, el mejor alfajor es el que le recuerda algo, el que compra siempre, el que le resulta rico en ese momento justo del día. Es una elección profundamente subjetiva. Por eso, a veces el ganador del Mundial puede parecer “raro” para muchos, mientras que un Guaymallén, un Jorgito o un Fantoche siguen liderando el kiosco.
También influye la percepción emocional. Hay alfajores que no son técnicamente perfectos pero que conectan con el consumidor desde lo afectivo: por su historia, su precio justo, su envoltorio o simplemente porque “es el de toda la vida”.
Los rankings, los análisis y las medallas son valiosos, claro. Sirven para visibilizar marcas nuevas, elevar el nivel de exigencia, generar conversación y premiar la excelencia. Pero no deberían dictar un único criterio. Porque en el mundo del alfajor, como en el del vino o la música, el mejor no es el que gana más premios, sino el que más te gusta a vos.
En definitiva, está bien que existan campeonatos, jurados y especialistas. Pero está aún mejor que cada uno tenga su propio campeón. Porque el alfajor no se consume para ser juzgado… se consume para ser disfrutado.