El café descafeinado es aquel al que se le ha eliminado la mayor parte de su cafeína, manteniendo en lo posible sus características organolépticas: sabor, aroma, cuerpo y acidez. Aunque muchos lo consideran una “versión más suave” del café tradicional, su historia y proceso de elaboración son mucho más complejos.
El primer método exitoso de descafeinización fue patentado a comienzos del siglo XX por el químico alemán Ludwig Roselius, quien usó un proceso químico con benceno, sustancia que hoy sabemos que es tóxica. A partir de ahí, la industria fue evolucionando hacia métodos más seguros y eficaces.
La cafeína se elimina del grano verde, es decir, antes del tueste. Este paso es fundamental porque los compuestos aromáticos y de sabor se desarrollan durante el tueste, y extraer la cafeína después alteraría demasiado el resultado final. Los granos se someten a procesos que pueden usar agua, disolventes orgánicos (como acetato de etilo o cloruro de metileno) o incluso dióxido de carbono en estado supercrítico.
Es importante entender que el descafeinado no es sinónimo de 0% cafeína. Por ley, en la mayoría de los países, un café puede etiquetarse como “descafeinado” si ha perdido al menos el 97% de su contenido original de cafeína. Eso significa que aún puede contener entre 1 y 7 mg de cafeína por taza, dependiendo del método de extracción y del tipo de café.
En resumen, el café descafeinado es una alternativa para quienes desean disfrutar de la experiencia del café sin los efectos estimulantes de la cafeína. No es un café inferior: es simplemente un café con otro propósito. Y cuando se elabora con cuidado, puede ofrecer una experiencia sensorial rica y satisfactoria.