¿Qué contiene exactamente una cápsula de café?

Cuando abrimos una cápsula de café —ya sea de aluminio, plástico o compostable— encontramos una porción de café molido. Pero no es cualquier café ni cualquier molienda: lo que hay dentro está cuidadosamente calibrado para funcionar de forma óptima con la presión, temperatura y flujo de agua de una máquina específica. El objetivo es que, al presionar un botón, se obtenga una taza consistente en sabor, cuerpo, aroma y crema, sin margen de error ni necesidad de conocimientos técnicos.

En la mayoría de los casos, una cápsula contiene entre 5 y 8 gramos de café molido. Esa cantidad varía según el sistema y el tipo de bebida. Por ejemplo, una cápsula de espresso clásico de Nespresso suele tener 5.5 gramos, mientras que una cápsula lungo puede alcanzar los 7 o 8 gramos. En comparación, una cucharada colmada de café molido contiene alrededor de 7 gramos, lo cual indica que una cápsula es equivalente a una dosis estándar para una taza pequeña.

En cuanto al tipo de café, se utilizan principalmente granos de arábica, robusta, o una mezcla de ambos (blends). El arábica aporta suavidad, acidez y notas florales o frutales. El robusta, por otro lado, ofrece más cafeína, amargor, cuerpo y crema. Las combinaciones se eligen en función del perfil que la marca quiera lograr. Muchas cápsulas informan el origen del grano (Colombia, Etiopía, Brasil, Vietnam), pero en otros casos, especialmente en marcas económicas, es más difícil saberlo.

El café está tostado y molido específicamente para el sistema de cápsulas. La molienda no es ni tan gruesa como para una prensa francesa, ni tan fina como para un café turco. En la mayoría de los sistemas (como Nespresso), se usa una molienda intermedia-fina, optimizada para un paso rápido del agua a presión sin bloquear el filtro interno. Esta precisión es esencial, ya que una molienda incorrecta puede generar tazas insípidas o con sobreextracción.

Algo que no muchos saben es que el interior de una cápsula puede incluir también gases inertes, como el nitrógeno. Esto no es para alterar el sabor, sino para evitar la oxidación del café antes de su uso. Es una técnica común en cápsulas selladas al vacío: se elimina el oxígeno del interior y se reemplaza por un gas que no reaccione con los aceites y compuestos volátiles del café.

En el caso de cápsulas saborizadas (vainilla, caramelo, avellana, chocolate), pueden contener además aromatizantes naturales o artificiales, añadidos al café molido. No se trata de azúcar ni jarabes, sino de extractos que se activan con el calor durante la preparación. Algunas personas disfrutan de estas cápsulas como una experiencia de postre, aunque los puristas del café suelen evitarlas.

Lo que no contienen, por lo general, son aditivos, azúcares o conservantes. Las cápsulas serias, especialmente de marcas reconocidas, se enorgullecen de mantener el contenido lo más puro posible: solo café. Si bien hay excepciones con cápsulas de capuchino o latte (que incluyen leche en polvo u otros ingredientes), las cápsulas de espresso suelen ser 100% café molido.

Finalmente, es importante señalar que la calidad del contenido puede variar muchísimo entre marcas. Algunas usan café de especialidad, de origen único, con tueste reciente y trazabilidad. Otras utilizan mezclas de baja calidad, con tuestes muy oscuros para ocultar defectos, lo que se traduce en sabores planos o amargos. Abrir una cápsula y oler su contenido puede ser un buen ejercicio para entrenar el olfato y reconocer calidad.

En conclusión, una cápsula contiene mucho más que café molido: encierra una experiencia calibrada y lista para usarse, diseñada para adaptarse perfectamente a una tecnología de extracción automatizada. Su contenido puede ser simple en ingredientes, pero complejo en su desarrollo y ejecución.