La internacionalización del alfajor argentino: de golosina local a embajador cultural

Durante gran parte del siglo XX, el alfajor fue un fenómeno principalmente argentino, con fuerte presencia también en Uruguay y algunas regiones de América Latina. Sin embargo, en las últimas décadas, este dulce tradicional ha iniciado un proceso claro de internacionalización, convirtiéndose no solo en un producto de exportación, sino en una verdadera expresión cultural nacional que se abre paso en el mundo.

El punto de partida de esta expansión fue el crecimiento del turismo internacional en Argentina y la diáspora de argentinos en el exterior. Viajeros, migrantes y expatriados comenzaron a llevar alfajores en sus valijas, tanto como recuerdo emocional como regalo distintivo. Esto generó una demanda espontánea en países como España, Italia, Estados Unidos, Canadá e incluso Japón.

Las grandes marcas no tardaron en detectar la oportunidad. Havanna fue pionera en establecer sucursales en el exterior, empezando por España y Estados Unidos, donde el producto se ofrecía como delicatessen latinoamericana. Su modelo se apoyó no solo en la calidad del producto, sino también en el formato de café boutique, donde el alfajor se consume acompañado de una experiencia.

Otros emprendimientos más pequeños comenzaron a posicionarse en mercados locales del exterior a través de tiendas gourmet, ferias gastronómicas y e-commerce. Muchas veces, lo hacían apelando al concepto de «alfajor artesanal argentino», con ingredientes naturales y envases cuidados, lo cual despertaba interés en consumidores atraídos por lo étnico y lo artesanal.

Además, la internacionalización del alfajor no solo fue comercial: también fue simbólica. Empezó a aparecer en medios de comunicación, blogs, recetas, series de televisión y publicaciones gastronómicas extranjeras. En algunos países, como Estados Unidos, existen incluso rankings, ferias y concursos de alfajores producidos por emprendedores latinos.

El Campeonato Mundial del Alfajor, realizado en Buenos Aires, también contribuyó a su expansión global, atrayendo productores de Uruguay, Brasil, Perú, México, España y hasta Canadá, que comienzan a adaptar la receta argentina a sus propios mercados.

Pero internacionalizar el alfajor también significa adaptarse. Algunas marcas ajustan el nivel de dulzor, cambian el tipo de cobertura, o sustituyen ingredientes locales por otros más accesibles en los países de destino. Esto plantea un dilema interesante: ¿cómo mantener la esencia sin perder competitividad global?

En resumen, el alfajor argentino ya no es solo una golosina nacional: se ha convertido en un producto de exportación cultural, una carta de presentación dulce y poderosa de la identidad argentina en el mundo.