El precio como criterio de elección: ¿cuándo pesa más que el sabor?

En un país donde el alfajor es parte de la vida cotidiana y se ofrece en cientos de versiones, el precio sigue siendo uno de los factores más determinantes a la hora de elegir. Aunque el gusto, la marca o la nostalgia pesan, hay contextos donde el valor económico del alfajor se impone como el principal filtro de decisión, incluso por encima de la calidad percibida o el sabor.

Para muchos consumidores, el alfajor es una compra diaria o frecuente. No se trata de una adquisición especial, sino de algo que se repite en el tiempo: en la escuela, en el trabajo, en la estación de tren o colectivo, en la universidad. En ese escenario, el precio cobra una relevancia clave: cuando el consumo es habitual, el gasto acumulado se convierte en un factor de peso. Por eso, los alfajores más económicos suelen tener un volumen de venta alto, aunque no siempre estén entre los favoritos en encuestas de sabor.

Las marcas que compiten por precio —como Guaymallén, Tofi o algunas líneas de marca blanca— entienden esta lógica y apuestan a la accesibilidad como propuesta de valor. Se enfocan en mantener un costo bajo sin descuidar del todo la calidad, sabiendo que su principal fortaleza es permitir que cualquiera, incluso con poco dinero, pueda darse el gusto.

Sin embargo, esto no significa que los consumidores no valoren el sabor. Lo que ocurre es que, cuando el presupuesto es ajustado, se resignan ciertas preferencias a favor del costo. Es frecuente escuchar frases como “me gusta más el otro, pero este es más barato”, lo que revela cómo el precio condiciona la elección incluso cuando no es la opción ideal desde el punto de vista sensorial.

Por otro lado, hay situaciones donde el precio deja de ser el filtro principal. En una salida especial, en un regalo o en un viaje, muchos consumidores se permiten elegir un alfajor más caro, de mayor calidad, artesanal o gourmet. Aquí el criterio cambia: ya no se busca el “mejor precio”, sino el “mejor alfajor para esta ocasión”. Este comportamiento da lugar a una doble lógica de consumo: una diaria, más racional y basada en el precio, y otra ocasional, más emocional y abierta al gasto.

Además, el precio también comunica calidad. Para muchos consumidores, un alfajor muy barato despierta sospechas (“¿qué le habrán puesto?”), mientras que uno muy caro debe justificar su valor con un envase elegante, ingredientes premium o alguna distinción clara. El precio es, en este sentido, una señal que el consumidor interpreta más allá del número.

En síntesis, el precio no siempre manda, pero nunca pasa desapercibido. Las marcas que comprenden cuándo el costo es decisivo y cuándo no, logran ubicarse con mayor precisión en el corazón —y el bolsillo— del consumidor argentino.