Enclavada en la Cordillera de los Andes, San Carlos de Bariloche no solo es famosa por sus lagos, montañas y turismo de nieve. También es un emblema de la repostería argentina, donde el alfajor patagónico ocupa un lugar de privilegio. Con influencia de la pastelería centroeuropea, una fuerte tradición chocolatera y el uso de frutos autóctonos, el alfajor de Bariloche ha forjado un estilo propio, artesanal y reconocido en todo el país.
Un alfajor con identidad sureña
El alfajor patagónico, y en especial el de Bariloche, no sigue el molde clásico de otras regiones. Tiene un carácter más gourmet, húmedo y artesanal, con énfasis en ingredientes locales como el chocolate de producción regional y los frutos rojos silvestres, especialmente:
- Frambuesa
- Rosa mosqueta
- Cassis
- Calafate
Estos frutos no solo aparecen en el relleno, sino también como parte de glaseados, confituras o decoraciones.
Origen: la influencia de la inmigración europea
Bariloche recibió, a partir de principios del siglo XX, una fuerte inmigración alemana, suiza, austríaca e italiana. Con ellos llegaron técnicas de repostería refinada, el uso del chocolate como protagonista y una estética cuidada.
Las primeras fábricas de chocolate artesanal —como Rapa Nui, Mamuschka, Del Turista, Benroth o Abuela Goye— incorporaron el alfajor como parte de su oferta, pero con una impronta única: masa suave tipo bizcochuelo, rellenos frutales y baño de chocolate de altísima calidad.
Características del alfajor patagónico
- Tapas de bizcochuelo o galletita suave, a veces con cacao.
- Rellenos de dulce de leche, frutos rojos, mousse o combinaciones mixtas.
- Cobertura de chocolate real, a menudo templado, que puede ser negro, con leche o blanco.
- Decoración con chips de chocolate, polvo de frutos o glaseado.
- Presentación artesanal, muchas veces en papel manteca, cajas de cartón rústico o envases reciclables.
Tradición con evolución
Aunque tiene un aire moderno, el alfajor de Bariloche ya cuenta con varias décadas de historia. Muchas de las recetas actuales se basan en fórmulas creadas en las confiterías familiares de los años 50 y 60, cuando el turismo comenzaba a crecer y el alfajor empezaba a destacarse como recuerdo de viaje o regalo regional.
Algunos productores siguen haciendo alfajores totalmente a mano, con rellenos cocidos en ollas de cobre y chocolate elaborado in situ a partir de granos de cacao.
Presencia nacional
Hoy, el alfajor de Bariloche se ha convertido en un producto reconocido a nivel país. Se vende en todo el territorio como símbolo del sur, y muchas personas lo asocian con calidad, indulgencia y sabor gourmet. Aunque existen versiones más industriales, el espíritu tradicional se mantiene en muchas marcas familiares.
Conclusión
El alfajor de Bariloche no es solo una delicia regional: es el resultado de una historia de inmigración, naturaleza y pasión por la repostería. Con su chocolate noble y sus frutos patagónicos, representa una forma distinta —pero auténtica— de entender el alfajor argentino desde el sur.