Cuando pensamos en el existencialismo francés, la imagen que suele venir a la mente es bastante clara: un escritor sentado en un café parisino, rodeado de humo, cuadernos, silencios densos y miradas perdidas. Esta no es solo una postal romántica de los años 40: es un escenario real que tuvo en el café su templo, y en autores como Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir y Albert Camus, a sus sacerdotes filosóficos.
En la posguerra europea, con París como centro de efervescencia intelectual, el café se convirtió en espacio de pensamiento, debate, escritura y observación existencial. Lugares como Les Deux Magots, Café de Flore y Le Dôme no eran solo bares: eran redacciones improvisadas, aulas libres, laboratorios de ideas. La taza de café era constante, casi obligatoria. El cigarro, el cuaderno y el silencio eran sus compañeros.
Jean-Paul Sartre, uno de los grandes padres del existencialismo, escribía durante horas en cafés. Decía que necesitaba el ruido de fondo para pensar, y que el café lo mantenía en ese estado de atención flotante entre el mundo y la página. En su novela La náusea, el protagonista Roquentin frecuenta cafés donde reflexiona sobre el sinsentido de la vida, el absurdo de la existencia y la incomodidad de “ser”.
Albert Camus, por su parte, usaba el café como paisaje emocional y filosófico. En El extranjero, hay escenas que ocurren en bares, donde el protagonista, Meursault, observa el mundo con una mezcla de distancia y aceptación sin ilusión. Para Camus, el café no era solo fondo: era un espacio donde el absurdo se manifestaba en lo cotidiano, donde la vida se desplegaba sin adornos, con su belleza mínima y su incomodidad constante.
Simone de Beauvoir, gran figura del feminismo y el pensamiento libre, también escribió parte de El segundo sexo en cafeterías. Describía el café como un lugar donde podía observar el mundo sin ser interrumpida, donde la mente podía moverse sin necesidad de desplazarse físicamente. La taza servía de ancla, pero también de excusa para quedarse.
En la narrativa existencialista, el café representa mucho más que un lugar donde se toma algo caliente. Es un escenario de libertad y alienación, donde los personajes piensan, se enfrentan al vacío, conversan sobre la muerte, el amor, el tiempo o simplemente se dejan estar. El café es compañía silenciosa en medio de la angustia existencial.
Hoy, cuando vemos una escena en cine o literatura donde alguien está solo en una mesa de café, absorto en sus pensamientos, estamos viendo una herencia directa de ese momento cultural. El café, en este sentido, es el lugar donde se piensa la existencia.