En Buenos Aires, el café no es solo una bebida: es un símbolo cultural. Desde fines del siglo XIX hasta hoy, ha sido parte inseparable del paisaje urbano y del tejido social de la ciudad. El café es la excusa para conversar, leer, escribir, pensar o simplemente observar la vida pasar desde una mesa junto a la ventana. Este hábito profundamente arraigado moldeó la identidad de los porteños y dio lugar a una institución única: el bar notable.
Las confiterías y cafés porteños de comienzos del siglo XX estaban inspirados en los cafés europeos, especialmente italianos y franceses. Tenían mármol, madera oscura, mozos de saco blanco y clientela fija. No se iba solo a tomar algo, sino a estar, a ocupar el tiempo. Nombres como Café Tortoni, La Biela, El Gato Negro o London City forman parte de una red de lugares donde se cruzaron escritores, músicos, intelectuales y vecinos de toda la vida.
Durante décadas, el bar de esquina fue el espacio donde se leía el diario, se jugaba al dominó, se charlaba de política y se tomaba un café bien cargado, muchas veces en jarrito. Este café no siempre era de gran calidad, pero sí era fiel compañero de conversación. En muchos casos, bastaba con pedir un solo café para pasar horas sentado leyendo o escribiendo, sin que nadie molestara.
En los años 90, con la globalización, empezaron a aparecer nuevos formatos de cafeterías más modernas, con estética internacional y bebidas como latte o cappuccino en vasos altos. Aunque estos espacios ganaron popularidad, los bares tradicionales mantuvieron su lugar gracias a su carga emocional y simbólica.
El gobierno de la Ciudad de Buenos Aires creó el programa «Bares Notables», que reconoce y protege a más de 80 bares históricos por su valor patrimonial, arquitectónico y cultural. Estos espacios no solo resisten el paso del tiempo: lo reinterpretan. Algunos han sabido incorporar café de mejor calidad o incluso propuestas de pastelería contemporánea, sin perder su esencia.
Hoy, el café sigue siendo el corazón del ritual porteño. Puede servirse en taza pequeña o en vaso alto, pero lo importante no es solo el sabor, sino lo que representa: una pausa, una charla, un refugio. En Buenos Aires, el café es un espacio antes que una bebida, una costumbre urbana que sobrevive con estilo propio.