Cuando se habla de café con denominación de origen, Colombia es referencia obligada. No solo por la calidad de sus granos, sino porque fue el primer país productor en obtener este reconocimiento legal en el ámbito internacional. El “Café de Colombia” obtuvo su denominación de origen en 2005, respaldado por una historia de excelencia cafetera y una institucionalidad sólida que vela por su autenticidad.
El grano colombiano es cultivado en más de 500 municipios a lo largo de tres grandes cordilleras. Las condiciones de altitud, humedad y variedad genética permiten una cosecha casi continua y una gama sensorial muy amplia. Sin embargo, lo que une al Café de Colombia como denominación es una serie de características sensoriales comunes: acidez media a alta, cuerpo medio, balance y notas dulces como caramelo, nuez o panela.
Además de la denominación nacional, Colombia ha desarrollado denominaciones regionales, como Café de Nariño, Huila, Cauca, Tolima o Santander, que resaltan perfiles aún más específicos dentro del país. Esto permite ofrecer al consumidor cafés con un sentido de lugar más profundo, y a la vez premiar las buenas prácticas agrícolas locales.
El sello de Café de Colombia también está respaldado por la Federación Nacional de Cafeteros, una de las instituciones cafetaleras más organizadas del mundo. Esta entidad no solo representa a los productores, sino que ha invertido en tecnología, infraestructura, promoción y regulación para garantizar que el café que lleva el nombre del país cumpla con los más altos estándares.
Además, Colombia fue pionera en obtener el sello europeo de Indicación Geográfica Protegida (IGP), lo que abrió nuevas puertas en el comercio internacional. Esto demuestra que una denominación no es solo una etiqueta: es una herramienta estratégica para posicionar productos premium en mercados exigentes.
Hoy, tomar una taza de Café de Colombia es más que disfrutar de un buen café. Es beber el resultado de décadas de trabajo colectivo, innovación, regulación estricta y amor por la tierra. Es también entender que detrás de cada grano hay una comunidad, un clima, una cultura, y un compromiso por mantener viva la identidad cafetera del país.