El origen de las cápsulas de café se remonta a la década de 1970, cuando el ingeniero suizo Eric Favre, trabajando para Nestlé, se propuso resolver un problema simple pero ambicioso: cómo replicar en casa un espresso de calidad barista, con crema, cuerpo y sabor consistentes. Favre observó que en las cafeterías italianas, el secreto no era solo la máquina, sino la técnica: los baristas introducían aire de forma intermitente durante la extracción, lo que generaba una crema más densa. Inspirado por esto, diseñó un sistema que encapsulaba café molido y lo forzaba a través de una cámara presurizada, recreando esa técnica de extracción.
Así nació el sistema que daría origen a Nespresso, lanzado comercialmente en 1986 como una subsidiaria de Nestlé. En un principio, Nespresso se orientaba al mercado corporativo y a oficinas, pero con el tiempo, gracias a una estrategia de marketing brillante —que incluía máquinas elegantes y cápsulas exclusivas— logró conquistar los hogares. El concepto de café gourmet en casa, al alcance de un botón, se volvió sinónimo de lujo accesible.
Durante muchos años, Nespresso fue el único jugador importante en el segmento. Sus cápsulas estaban protegidas por patentes que impedían su reproducción por parte de otras marcas. Esto aseguraba calidad, pero también mantenía los precios elevados y restringía la competencia. Todo cambió alrededor del año 2010, cuando comenzaron a expirar las patentes clave del sistema Nespresso. Fue entonces cuando marcas como Starbucks, Illy, L’Or, Lavazza y cientos de empresas independientes comenzaron a producir cápsulas compatibles, muchas de ellas a menor precio y con propuestas de sabor distintas.
Este nuevo escenario abrió un abanico de posibilidades para el consumidor, al tiempo que obligó a los fabricantes a innovar. Surgieron cápsulas biodegradables, sistemas recargables y nuevas variantes de máquinas que permitían ajustar parámetros como la temperatura o el volumen. Paralelamente, otras marcas comenzaron a lanzar sus propios sistemas cerrados, como Dolce Gusto (también de Nestlé), Lavazza A Modo Mio, Tassimo o Keurig, cada uno con formatos y cápsulas diferentes.
La expansión del consumo fue enorme. Según datos de la industria, el mercado de cápsulas creció más del 500% entre 2005 y 2020. Hoy es común ver máquinas de cápsulas no solo en hogares y oficinas, sino también en habitaciones de hotel, aeropuertos, peluquerías, y hasta en boutiques de moda. El café dejó de ser solo una bebida: se convirtió en una experiencia personalizada y elegante.
En paralelo, comenzó el debate medioambiental. A medida que millones de cápsulas se desechaban cada día, crecieron las críticas por su impacto ecológico. Esto impulsó a las empresas a buscar alternativas más verdes, aunque el camino hacia una solución definitiva aún está en desarrollo.
Así, la historia de las cápsulas de café es también la historia de una transformación cultural: la de cómo un gesto cotidiano —tomar café— fue rediseñado para encajar en una vida moderna, rápida, y con altos estándares de confort y estilo.