El alfajor de maicena es, para muchos argentinos, el alfajor por excelencia. Su textura suave y arenosa, su relleno generoso de dulce de leche y el borde cubierto de coco rallado lo convierten en un clásico infaltable en cumpleaños, meriendas y cocinas familiares. Pero más allá de su sabor, este alfajor encierra una historia que une tradición, memoria y sencillez.
Origen casero y evolución
El alfajor de maicena no nació en fábricas ni en kioscos, sino en hogares y panaderías. Su receta se consolidó en el siglo XX, cuando el almidón de maíz (o maicena) comenzó a popularizarse como ingrediente de repostería. A diferencia de los alfajores con coberturas de chocolate o glasé, este no necesitaba baños ni procesos complejos, lo que lo volvió accesible y muy replicado en cocinas domésticas.
Con el tiempo, pasó de ser una receta «de la abuela» a transformarse en un ícono nacional. Hoy existen versiones industriales, gourmet y hasta veganas, pero todas conservan la esencia original: textura frágil, sabor delicado y mucha nostalgia.
La receta tradicional
La base del alfajor de maicena son dos tapas suaves elaboradas con una mezcla de manteca, azúcar, yemas de huevo, esencia de vainilla, harina, almidón de maíz y polvo de hornear. Esta combinación da como resultado una masa arenosa y delicada, que se hornea sin dorar para que conserve su ternura.
Una vez frías, las tapas se rellenan con dulce de leche repostero —por su firmeza y resistencia— y se presionan suavemente hasta que el relleno se asome por los bordes. Allí es donde se rebozan en coco rallado, completando su imagen inconfundible.
¿Por qué sigue vigente?
Hay algo en el alfajor de maicena que conecta con la infancia. Es el primer alfajor que muchos aprenden a hacer en casa. No requiere moldes especiales ni técnicas complicadas, y eso lo hace accesible. Además, su sabor es amable, equilibrado y perfectamente reconocible: ni demasiado dulce ni demasiado intenso.
Es también uno de los pocos alfajores que no necesita cobertura externa para ser completo. Su estructura y sabor hablan por sí solos.
Adaptaciones actuales
Hoy existen versiones con masa de cacao, sin azúcar, sin gluten o con dulce de leche saborizado, pero todas mantienen la base de almidón de maíz que lo define. Algunas marcas lo presentan en formato gourmet, con coco tostado o rellenos dobles, mientras que otras conservan la estética artesanal.
Conclusión
El alfajor de maicena no es solo una receta: es una herencia emocional. Sobrevive porque no depende de modas, sino de su capacidad de generar afecto, de unir generaciones y de representar el sabor casero argentino. Es un alfajor que no necesita reinventarse para seguir siendo amado.