A la hora de elegir un alfajor, pocas veces somos plenamente racionales. Detrás de lo que parece una simple elección de golosina, muchas veces se activa un mecanismo emocional profundamente arraigado: la nostalgia. Este sentimiento, tan humano como poderoso, juega un papel central en la forma en que las personas eligen un producto que han consumido desde la infancia.
Los alfajores no son solo una combinación de galleta, relleno y cobertura. En la memoria del consumidor argentino, están ligados a momentos específicos de la vida: el recreo del colegio, un viaje en familia, una merienda con abuelos, o incluso la compra compartida con amigos en un kiosco. Estos recuerdos generan asociaciones afectivas que se reactivan al ver el envoltorio, el logo o simplemente el nombre de cierta marca.
Es por eso que algunos alfajores, aunque no sean objetivamente “los mejores” en sabor o ingredientes, siguen teniendo una base de consumidores fieles que los eligen por el lazo emocional que representan. Marcas como Guaymallén, Jorgito o Capitán del Espacio han cultivado este vínculo casi sentimental con generaciones enteras, logrando algo que va más allá de la calidad del producto: pertenencia.
La nostalgia también se convierte en una herramienta de marketing. Las empresas lo saben, y por eso relanzan envases retro, campañas con estética de décadas pasadas o eslóganes que apelan a “los alfajores de antes”. Estos recursos no solo atraen a adultos que crecieron con esos productos, sino que construyen una narrativa emocional que los diferencia de marcas nuevas o importadas.
Curiosamente, esta conexión emocional no está ligada solo al primer alfajor que se probó en la vida. También puede vincularse a etapas más recientes, como un viaje al interior del país o la rutina de trabajo donde ese alfajor en particular marcaba una pausa en el día. Así, se construyen rutinas afectivas en torno a marcas, sabores o formatos.
En un mercado tan saturado, donde conviven decenas de variedades, la nostalgia se convierte en un activo valiosísimo. Mientras que algunos consumidores buscan innovación o sabores nuevos, muchos otros priorizan lo familiar, lo que “les recuerda a algo”, aunque no puedan explicarlo del todo.
El alfajor, en este sentido, se transforma en una máquina del tiempo comestible. Y en ese viaje emocional, la elección no se basa en la razón, sino en el corazón.