Aunque resulte sorprendente, Europa también cultiva café, y lo hace en un rincón insular del Atlántico: el archipiélago de las Islas Azores, perteneciente a Portugal. En particular, es en la isla de São Jorge donde se produce café arábica de manera artesanal desde hace más de un siglo, y actualmente se lo considera una de las rarezas más exóticas del café global.
El café de las Azores no tiene aún una denominación de origen oficial registrada, pero sí cumple muchos de los requisitos para ser considerado como tal: origen geográfico definido, producción limitada, características sensoriales propias, y una fuerte identidad cultural. A diferencia de los grandes países productores del trópico, el café azoriano crece en condiciones únicas: clima oceánico, suelos volcánicos ricos y una altitud modesta (200–400 m s.n.m.), pero suficiente dadas las temperaturas suaves y la alta humedad.
El resultado es un café de perfil suave, baja acidez, cuerpo ligero a medio, y notas herbales y terrosas. No busca competir con la complejidad de un etíope o la estructura de un keniano, pero ofrece una experiencia singular que captura la esencia de su entorno atlántico.
La producción es extremadamente pequeña —de hecho, hay menos de una docena de fincas activas—, y su cultivo es mayormente artesanal. En los últimos años, iniciativas como Café Nunes o cooperativas locales han comenzado a revitalizar esta tradición, combinando métodos antiguos con nuevas tecnologías para mejorar el procesamiento y asegurar calidad.
Este café ha captado la atención de expertos y turistas, convirtiéndose en una atracción enoturística y un símbolo del patrimonio agrícola de las islas. También ha sido presentado en ferias especializadas y degustaciones en Lisboa, París y Tokio, donde fue valorado como un café exótico europeo de alto potencial.
Aunque no existe todavía una DO formalmente establecida, el café de las Azores podría convertirse en el primer café europeo con denominación de origen protegida. Sería un ejemplo pionero de cómo incluso fuera del cinturón tropical se puede desarrollar un café con identidad, historia y calidad.
En definitiva, el café europeo existe —y tiene sabor a volcán, mar y viento del Atlántico—.