En los últimos años, la oferta de cápsulas de café se ha diversificado tanto que ya no solo encontramos blends clásicos o cafés de origen, sino también sabores como vainilla, avellana, caramelo, chocolate, coco, almendra, y hasta ediciones limitadas inspiradas en postres. Estas cápsulas saborizadas, a medio camino entre una bebida gourmet y una golosina líquida, generan opiniones divididas. Para algunos, son una forma divertida de variar la rutina; para otros, atentan contra la pureza del café. ¿Qué contienen realmente? ¿Son café o postre? ¿Vale la pena probarlas?
Primero, conviene aclarar que la mayoría de estas cápsulas sí contienen café molido como base, pero al mismo tiempo incorporan aromas naturales o artificiales que se activan durante la extracción. No es lo mismo que agregar jarabe o leche después: en este caso, el aroma está impregnado en el café o en partículas añadidas dentro de la cápsula. Algunas marcas incluso rocían el café con una fina capa de aceite esencial antes de sellarlo.
El resultado es una taza con sabor a café, pero con un fondo gustativo claro y persistente a la esencia elegida. Por ejemplo, una cápsula de café sabor vainilla tendrá un perfil suave, dulce y aromático, mientras que una de chocolate ofrecerá notas tostadas, amargas o cremosas que recuerdan a una trufa oscura. Hay también sabores más osados como tiramisú, crème brûlée, marshmallow o galleta de manteca, que se acercan más a una experiencia de postre líquido que a un espresso tradicional.
Estas cápsulas son populares especialmente entre quienes buscan una bebida más accesible o indulgente, y en muchos casos sirven como reemplazo de un snack dulce. No tienen azúcar añadida (en general), lo que permite mantener un nivel calórico bajo si se consumen solas. Pero muchas personas las combinan con leche espumada, crema o incluso leche vegetal, creando así una bebida tipo latte muy similar a la que se consigue en cadenas como Starbucks.
Sin embargo, no todo es positivo. Desde el punto de vista del purismo cafetero, estas cápsulas distorsionan el perfil original del grano, ocultando notas naturales de acidez, dulzura o amargor. Para quienes disfrutan del café como producto agrícola complejo, las cápsulas saborizadas pueden resultar planas, artificiales o poco auténticas. Además, los aromas artificiales muchas veces persisten dentro de la máquina, contaminando las preparaciones siguientes si no se limpia adecuadamente.
Otro punto a considerar es que algunas marcas de baja calidad utilizan aromas fuertes para disimular cafés defectuosos. En lugar de trabajar con granos de especialidad o buenos tuestes, compensan el perfil débil con vainilla intensa, caramelo químico o notas tostadas exageradas. Esto no solo empobrece la experiencia, sino que reduce la posibilidad de que el consumidor entrene su paladar para identificar cafés reales de calidad.
En términos de salud, es importante leer la letra chica. Si bien muchas cápsulas saborizadas solo contienen café con aromatizantes, otras incluyen aditivos, colorantes, estabilizantes o incluso leche en polvo. Esto es especialmente relevante para personas con alergias, intolerancias o quienes siguen dietas específicas como la vegana.
En resumen, las cápsulas saborizadas representan un híbrido entre café y postre: pueden ser una opción divertida y placentera, especialmente cuando se busca variar o sorprender el paladar, pero difícilmente reemplacen al café puro en términos de profundidad, complejidad y naturalidad. Son ideales para ciertos momentos del día, como un café de media tarde o un capricho sin azúcar, pero conviene no confundirlas con lo que el café representa como bebida ancestral y sensorial.
¿Café o postre? Depende de cómo lo tomes. Pero sin duda, estas cápsulas abren una puerta distinta dentro del universo encapsulado: la del juego, el sabor y la indulgencia controlada.