Hablar del espresso es hablar de Italia. Aunque el café tiene sus raíces en Etiopía y su expansión inicial fue árabe y otomana, fue en Italia donde el espresso tomó su forma moderna y su lugar como símbolo cultural.
El espresso nace oficialmente en 1901, cuando Luigi Bezzera patenta la primera máquina capaz de preparar café en segundos gracias a la presión de vapor. Más adelante, en 1938, Achille Gaggia incorpora el sistema de presión manual con pistón, dando origen a la famosa crema que hoy asociamos con un espresso bien hecho. Así, el espresso dejó de ser un simple café corto para convertirse en una bebida con identidad técnica y emocional.
En Italia, el espresso no es solo una bebida: es un ritual cotidiano. Se toma rápido, de pie, en la barra de un bar. No se lo acompaña con azúcar en exceso ni con leche (excepto en la mañana con un cappuccino). Es un acto social, breve y directo, como la esencia de la propia cultura italiana.
Un italiano puede tomar varios espressos al día. No se trata de una pausa larga ni de una bebida para llevar. El espresso es parte del flujo de la jornada: una excusa para detenerse, saludar, intercambiar palabras y seguir. De hecho, en muchas regiones, “andiamo a prendere un caffè” no significa ir a beber café, sino conectarse con los demás.
Además, el espresso en Italia se rige por códigos muy específicos:
- Se sirve siempre en una taza pequeña de porcelana precalentada.
- Se prepara con una mezcla balanceada de Arábica y Robusta.
- Se sirve inmediatamente después de la extracción, nunca recalentado.
Este modelo de consumo se ha convertido en un estándar mundial. Las cafeteras espresso están en casas, bares y oficinas. Marcas como Illy, Lavazza o Kimbo son embajadoras del espresso italiano y sus valores: calidad, constancia, belleza en lo simple.
🎯 Conclusión
El espresso representa más que una bebida: es parte del ADN cultural de Italia. Es velocidad sin apuro, intensidad sin volumen, técnica sin pretensión. Es una manera de vivir y compartir.
